La encina es un árbol altamente característico de la flora de tipo mediterráneo. Auténtico señor de los bosques de gran parte de la Península Ibérica, se trata de una especie longeva que crece con cierta lentitud, por lo que puede superar los 500 años, y que, como casi todos los Quercus, ha sido por ello reverenciada como árbol sagrado.

Su madera densa y dura, resistente al agua y muy calorífica, ha sido muy demandada para hacer carbón. En la época de los llamados "Descubrimientos" europeos en la que se desarrolla la travesía de Magallanes, la madera fue utilizada además en la construcción de las embarcaciones con las que se realizaron ésta y tantas expediciones del periodo. No obstante, el uso diríase minoritario de la madera de encinas, en partes menores como curvas y ligazones de los barcos, ha favorecido quizá que las agrupaciones de encina de la Península no hayan sido tan esquilmadas como la de otros árboles cuya madera ha sido más abundantemente utilizada para la elaboración de embarcaciones como el pino o el roble.

Sin embargo, no encontramos hoy a las encinas en la Península tanto constituyéndose en bosques propiamente dichos, como en forma de dehesa o montado, como se le llama en Portugal a este tipo de paisaje. La dehesa no deja de ser un entorno muy antropizado, producto de la acción del ser humano, que se ha generado con la progresiva mengua del número individuos del bosque y la consiguiente creación de espacios de arbolado disperso y áreas vacías para el pasto. Muchas de estas dehesas se componen sobre todo de encinas del tipo ballota, de copa densa y hojas redondas, que producen la característica bellota de la que se alimenta el cerdo ibérico, habitante no menos prototípico que la encina de los campos ibéricos al menos desde época de los antiguos romanos, cuando ya era conocida la propia técnica de la salazón de su carne para elaborar ese jamón que, no obstante, no se encuentra entre los víveres que desde Sevilla cargó Magallanes en sus naves para su importante expedición.